Siempre he sido un desastre para las fechas, salvo la de mi cumpleaños y alguna otra, nunca he sido capaz de recordar prácticamente ninguna. Sin embargo, existe una fecha que ha quedado grabada en rojo, no sólo en el calendario sino en mi memoria, marcando un antes y un después en mi vida. Fue en marzo de 1995 cuando descubrí la espeleología y paralelamente el mundo de la montaña. Hoy, 20 años después, al mirar atrás veo como ambas me han regalado algunas de las mejores cosas de mi vida. Y es que la vida no se mide en años o en días, la vida se mide en momentos, e innegablemente, algunos de los mejores momentos de mi vida los he vivido en las montañas…
Soy una persona que vive al día, no tengo ahorros y hasta quizá atesore un problema a causa de mi enfermiza obsesión por viajar, por el deporte o quizá simplemente por vivir. Para algunos ésta podría ser una ruina de vida, pero bajo mi punto de vista se trata, sin duda, de pura vida. Al igual que la vida no se mide en años o en días, tampoco se mide por el dinero que uno acumula, la vida se mide en experiencias…
No concibo mi vida sin la montaña y el deporte. A lo largo de todos estos años me han aportado grandes valores y han terminado convirtiéndose en mi forma de vida, en nuestra forma de vida. Prácticamente todo en la vida de Patricia y en la mía, gira en torno al deporte y la montaña. Asumir el reto de estar en forma, de preparar una actividad o una competición, implica asumir el compromiso de entrenar, de llevar una vida ordenada y sana. Implica disciplina, sacrificio, constancia y afán de superación. Y por tanto, generalmente, estos aspectos son extrapolables a otras facetas de la vida y contribuyen a hacerte una mejor persona y, especialmente, una persona más feliz…
De pequeño nunca practiqué ningún deporte de forma más o menos seria. Recuerdo como un verano mis padres me apuntaron a natación y dejé de ir a la piscina por que el agua estaba muy fría. Soy consciente de que la mayor parte de aptitudes deportivas se desarrollan durante esa primera etapa de la vida y sé que lo poco que he conseguido a lo largo de todos estos años, ha sido gracias al esfuerzo y a la constancia que he intentado aplicar durante esta última etapa de mi vida. Sé que soy sólo un corredor popular de segunda fila, que no vengo de una familia de deportistas, que no tengo una genética especial para el deporte y que además, ya he cumplido los 40. Pese a todo, procuro esforzarme cada día para intentar mejorar y ser un poco menos malo. ¿Por qué? Realmente por que me apasiona lo que hago, por que disfruto con ello. Cuando la genética no es muy propicia, sólo puede suplirse con buenas dosis de perseverancia y especialmente de pasión por lo que uno hace. Es imprescindible disfrutar con lo que se hace…
Aunque a todos nos gusta tener nuestro particular minuto de gloria de vez en cuando, no debemos olvidar dónde estamos y por qué hacemos esto. Vivimos una fiebre en la que parece que si no corres no eres nadie. Una corriente que fluye incontroladamente por nuestra sociedad. Vivimos una era en la que muchas cosas se hacen simplemente por el mero hecho de hacerlas públicas. Mucha gente no las haría si no pudiese contarlas, sin embargo, la esencia de este deporte, de la montaña, está muy alejada del mundanal ruido y de las redes sociales. Sin ánimo de ser demasiado crítico, no dejo de preguntarme una vez tras otra, como en esta vorágine que vivimos en la sociedad actual por el deporte popular, muchas personas están inmersas en un verdadero sin sentido, simplemente por que está de moda, por el reconocimiento social y por poder contarlo el lunes en el trabajo. Veo como la gente se embarca en empresas imposibles, como pretende abordar proyectos que claramente se les escapan física y técnicamente de las manos. Veo como pretenden llegar buscando atajos, sin completar todas las etapas previas y lo más preocupante, sin disfrutar lo más mínimo en el camino necesario para alcanzarlo, sin disfrutar del día a día. Sin ánimo de adoctrinar a nadie, pienso que todo en la vida y muy especialmente en la vida deportiva, requiere de una trayectoria y de un aprendizaje en el que es vital quemar todas y cada una de las etapas. La cultura del esfuerzo, del aprendizaje y del sacrificio, nos guiará por el buen camino. Estos valores nos permitirán alcanzar objetivos, a priori imposibles de imaginar, aunque sin olvidar que todos tenemos un límite que nos impide una vez alcanzado un punto, llegar más lejos por más que entrenemos y por más que nos esforcemos. Esto es lo que marca la diferencia entre los grandes campeones, los deportistas de élite y los deportistas populares como nosotros. Nuestra genética permite que nos estiremos, al igual que una goma, sólo hasta cierto punto. Si intentamos estirar la goma más allá de este punto inevitablemente se romperá…
La competición es capaz de sacar lo mejor de nosotros mismos a todos los niveles, de llevarnos hasta límites insospechados, pero por contra, también es capaz de sacar lo peor. Intenta hacer realidad tus sueños sólo para ti. Dalos a conocer y busca tu minuto de gloria si realmente así lo deseas, pero nunca antepongas el hecho de darlo a conocer al propio sueño. Ningún sentido tiene hacerlo simplemente por el qué dirán. No hagas que el deporte pierda su sentido de ser y con ello el sentido de tu vida. Es importante soñar, pero es importante hacerlo con los ojos abiertos para que los sueños puedan hacerse realidad. Es importante saber dónde estamos y quiénes somos, para saber así hasta dónde podemos llegar…
Hay que ser conscientes que uno puede ser todo un campeón, ¿pero dónde? Quizá en su barrio, en su pueblo, en su comarca… Un campeón que realmente no lo será tanto a nivel provincial, será un desconocido a nivel nacional y ni tan siquiera existirá a nivel internacional. No nos enfrasquemos en luchas inútiles, nuestros objetivos, nuestros sueños, ya son de por sí bastante inútiles para hacer que todavía lo sean más. No nos obstinemos en ser los grandes campeones de nuestra comunidad de vecinos. Soy el primero al que le gusta calzarse las mismas zapatillas que utilizan los campeones, pero del mismo modo, soy consciente que no me darán alas y que probablemente mi técnica no es lo suficiente depurada como para poder correr con ellas exprimiéndoles todo el jugo y sin riesgo a lesionarme en el intento. Siempre intento esforzarme y hacerlo lo mejor posible, pero siempre intento hacerlo teniendo los pies en la tierra…
La montaña vive una gran revolución. Recuerdo cuando hace años organizábamos un gran viaje, el viaje con mayúsculas, un largo y pesado viaje, con un único y claro objetivo, como el de descender una cavidad o ascender una montaña. Hoy en día, subimos y bajamos esa montaña en una sola mañana. Sin ir más lejos, la carrera de montaña más prestigiosa del mundo, el Ultra Trail del Mont Blanc, debe sus inicios a un recorrido senderista que unos pocos locos se planteaban a lo largo de toda una semana de vacaciones. Actualmente los extraterrestres completan ese mismo recorrido en escasas 20 horas. Las actividades de alto nivel que se están realizando son increíbles y están sobrepasando límites insospechados, límites que hasta ahora se consideraban imposibles. Vivimos la era del fast and light. Mientras los hermanos Pou escalan noveno grado, Kilian Jornet pulveriza los récords de ascenso y descenso de las montañas más altas de la tierra y Ueli Steck establece récords de velocidad escalando las caras Norte de paredes y montañas de dificultad extrema. Realmente parece que los límites han dejado de existir. Mientras hace años se señalaba con el dedo a alguien que había completado una maratón y se le calificaba de maratoniano, hoy en día, nos referimos a la distancia maratón de algunas pruebas en las que también se corren distancias superiores, como la distancia corta…
Considero que esta época que vivimos, en general, es mucho mejor que otras anteriores, por las innumerables oportunidades que ofrece. El pertenecer a una generación que ha vivido a caballo entre ambas épocas, me permite valorar las innumerables oportunidades que los avances del material, de la técnica y el acceso a la información nos ofrecen. Hoy todo es mucho más sencillo y el abanico de posibilidades que se abre es realmente increíble. Eso sí, quizá se esté perdiendo, en algunos casos, el romanticismo de la montaña, del descubrimiento, de la exploración con mayúsculas, fruto de una sociedad en la que la vida se vive a una velocidad de vértigo y en la que todos tenemos demasiados derechos y escasas obligaciones. De ahí nuestro necesario reconocimiento, respeto y admiración a nuestros predecesores, hombres que supieron suplir magistralmente las grandes carencias de la época, con grandes dosis de talento y pasión. Todo de lo que disfrutamos hoy en día en la montaña, incuestionablemente se lo debemos a ellos…
Disfrutar siempre de lo que se hace es clave. En mi caso, disfruto de la montaña, disfruto corriendo, rapelando y descubriendo nuevos lugares. Disfruto estando solo en la montaña por que, como afirman algunos grandes aventureros, la imposibilidad de recibir noticias del exterior te permite escuchar mejor tu interior. Disfruto cuando estoy en lugares recónditos y aislados, disfruto al ver que soy capaz de controlar una situación que años atrás me hubiese resultado incontrolable. Siempre fui un niño miedoso, de los que miraban bajo la cama una y otra vez antes de acostarse. Ahora me resulta curioso como puedo sentirme seguro en el fondo de un barranco, solo, perdido en medio de la montaña y paradójicamente, en ocasiones, me abruma el tumulto de la ciudad y de la gente…
Adoro correr por la montaña por que implica la puesta en práctica de grandes valores y por que me ha permitido conseguir cosas que nunca hubiese imaginado. He logrado correr ininterrumpidamente más de 100 kilómetros con un gran desnivel, cuando pensaba que nunca llegaría a correr más de 10. He logrado salir a entrenar 8 y 9 horas seguidas, cuando pensaba que nunca podría hacerlo más de 2. He logrado levantarme a las 4 de la madrugada para salir a entrenar, cuando nunca me levantaba antes de las 10. He logrado superar momentos de agotamiento extremo en una lucha constante contra la mente, cuando antes siempre acabada rindiéndome. Sí, lo sé, es muy probable que todo esto sea simplemente una lucha inútil, que seamos unos meros conquistadores de lo inútil, pero es una lucha que me mantiene vivo y sobre todo me hace feliz. Allí, en la montaña, todo se torna sencillo y relativo, no te preguntas para qué vives, porque sientes que estás viviendo con intensidad cada momento…
Algunos grandes aventureros aseguran que mientras experimentas fuertes emociones no te preguntas para qué vives. Quizá por eso disfruto tanto de la montaña. Disfruto saliendo a correr cuando anochece, cuando sé que ya no encontraré a nadie en el camino. Adoro llegar hasta la cima cuando ya ha caído la noche, iluminado tan sólo por las estrellas y la luz del frontal. Desde allí veo las luces de la civilización perdidas en el fondo del valle, e invadido por un sentimiento de emoción, comienzo a gritar y continúo corriendo hasta la extenuación. No, no estoy loco, no soy un irresponsable, no soy un temerario y mucho menos un idiota. Siempre soy consciente de lo que hago y de los riesgos que asumo en cada momento. Durante estos años he visto como ha habido gente que desgraciadamente se ha quedado en el camino. Tres compañeros con los que compartí cuerda en más de una ocasión, tuvieron la mala fortuna de quedarse para siempre allí, en aquel lugar que tanto nos unía, en el lecho de un barranco. En esos momentos uno se da cuenta como la línea que separa la vida de la muerte es tremendamente fina. Una decisión mal tomada o la mala fortuna y una fracción de segundo, pueden arrancarnos para siempre de este mundo. En esos momentos uno se pregunta si merece la pena lo que hacemos. Si realmente sirve de algo embarcarnos en todas nuestra luchas inútiles. Amo la vida sobre todas las cosas y lo último que deseo es perderla, pero mi forma de entender la vida es esta. Sé que, en cierto modo, somos egoístas por ir a la montaña, por poner nuestra vida en riesgo, en un riesgo controlado, pero inherente a la montaña. Somos egoístas por la gente que nos quiere, por nuestro padres, nuestras mujeres y nuestros hijos. Lo sé, pero desgraciadamente el virus de la montaña fluye ya incontroladamente por nuestras venas y resulta muy difícil no sucumbir a él. Como se suele decir en el mundo del alpinismo, las montañas son para vivir, para vivir intensamente, no para perder la vida…
Con la perspectiva que otorga el paso de los años, sé que el mayor premio, el mayor logro, es poder continuar disfrutando de la montaña todo el tiempo que sea posible. He visto como mucha gente, que aparentemente iba a comerse el mundo, se ha quedado en el camino, por diversas circunstancias, pero se ha quedado en el camino. En ocasiones por inexplicables cambios de mentalidad, por sus parejas, familia o lesiones. Por tanto, continuar haciendo deporte cumplidos los 40 y poder continuar haciéndolo muchos años más, es mi gran meta. Sé que el deporte de competición con el tiempo, inevitablemente, pasa factura, de ahí la importancia de saber adaptarse. Sé que cuando mis articulaciones no me permitan correr continuaré con la bici, continuaré caminando, con los barrancos, las cuevas, la montaña o simplemente viajando. Cuando uno disfruta de buena salud no siempre sabe valorarlo y no es capaz de ver la cantidad de gente que sufre y se queda en el camino a consecuencia de los problemas físicos. Tengo grabado a fuego en mi memoria el momento en que me diagnosticaron la única lesión que, gracias a Dios, he sufrido en todos estos años. Tengo grabado el momento en que se lo conté a mi madre, sabiendo que me esperaba una recuperación próxima a los seis meses, y como lloré en sus brazos, como si fuese un niño. Recuerdo aquellos meses como una de las peores etapas de mi vida. Recuerdo la afirmación, en tono irónico, del médico que me diagnosticó la lesión de tobillo, cuando textualmente me dijo que del deporte también se salía. Pero si algo recuerdo con verdadera intensidad, es como transcurridos esos seis durísimos meses volví nuevamente a correr. Mi reencuentro con la competición fue con una carrera de 80 kilómetros. Corrí horas y horas en solitario, concentrado, saboreando cada paso, cada momento y en varias ocasiones me saltaron las lágrimas, lloré al comprobar que volvía a ser capaz de correr y de sentirme ágil en la montaña. Lloré al ver que volvía a hacer lo que tanto me gustaba, que volvía a estar en mi medio. Aquella carrera terminó siendo una de las mejores de mi vida deportiva, al acabar en la cuarta posición absoluta. Sin duda, el mejor ejemplo de que estas carreras tan largas se corren principalmente con la cabeza y, sin duda, el mejor ejemplo de lo importante que es tener la cabeza bien amueblada, tanto en ésta como en otras tantas facetas de nuestras vidas…
Son muchas las preguntas de difícil respuesta, pero ahí reside parte de la magia. ¿Qué por qué lo hacemos? Sin duda la eterna pregunta, con muchas y ninguna respuesta. Lo hacemos porque somos felices, porque de ese modo no nos preguntamos para qué vivimos, porque para nosotros eso es vida en superlativo, pura vida. Lo hacemos porque el éxito allí no significa nada, ¿acaso vencemos a alguien salvo a nosotros mismos? Compites contra ti y luchas contra tus propios miedos. Con el paso de los años te das cuenta de que por muy fuerte que seas, siempre hay alguien más fuerte que tú. Cuando eres joven muchas cosas las haces para demostrar a los demás de qué eres capaz. A medida que pasan los años, las haces simplemente para ti, es más, a veces ni siquiera las haces públicas para no incomodar a los demás, te basta con saber que te sientes vivo y eres feliz haciéndolas. No, no nos pagan por todo esto, es más, nos cuesta todos nuestros ahorros, ¿pero el dinero sirve para eso no? Estoy seguro que si nos pagasen simplemente no lo haríamos, al igual que si tuviésemos una respuesta menos visceral a por qué lo hacemos, simplemente no lo haríamos…
Pasan los años, cada vez más deprisa, pero al volver la vista atrás miro el camino recorrido y me siento tremendamente feliz de haberlo recorrido así, por el camino menos transitado, por el más largo y difícil, por el de la montaña. En una búsqueda incesante de la felicidad, buscándola allí dónde yo creo que se esconde y consciente que una importante parte de este camino aún está por recorrer…
Esta forma de vida y haber sido tan feliz recorriendo este camino se lo debo, sin lugar a dudas, a mi familia, mis padres, mi mujer y mi hija. Sólo lamento lo que muchas veces sufren por mí y todo el tiempo que les robo, tanto a ellos como a todas las personas que me quieren, por estar allí en las montañas, en busca de sueños, pero sobre todo en busca de una vida pura y de la felicidad… A todos ellos van dedicadas estas líneas, esta parte de mi vida. Sin dura, pura vida…!
Andrés Martí. Noviembre de 2015.